jueves, 10 de agosto de 2017

JUAN 4

Jesús y la samaritana

1 Jesús1 se enteró de que los fariseos sabían que él estaba haciendo y bautizando más discípulos que Juan 
2 (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba sino sus discípulos). 
3 Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. 
4 Como tenía que pasar por Samaria, 
5 llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. 
6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía.2 
7-8 Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo: —Dame un poco de agua. 
9 Pero como los judíos no usan nada en común3 con los samaritanos, la mujer le respondió: —¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana? 
10 —Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida. 
11 —Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? 
12 ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado? 
13 —Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, 
14 pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. 
15 —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla. 
16 —Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá —le dijo Jesús. 
17 —No tengo esposo —respondió la mujer. —Bien has dicho que no tienes esposo. 
18 Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad. 
19 —Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta. 
20 Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén. 
21 —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 
22 Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos. 
23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad,4porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 
24 Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad. 
25 —Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará todas las cosas. 
26 —Ése soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús.

Los discípulos vuelven a reunirse con Jesús


27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: «¿Qué pretendes?» o «¿De qué hablas con ella?» 
28 La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente: 
29 —Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo? 
30 Salieron del pueblo y fueron a ver a Jesús. 
31 Mientras tanto, sus discípulos le insistían: —Rabí, come algo. 
32 —Yo tengo un alimento que ustedes no conocen —replicó él. 
33 «¿Le habrán traído algo de comer?», comentaban entre sí los discípulos. 
34 —Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra —les dijo Jesús—. 
35 ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”? Yo les digo: ¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura; 
36 ya el segador recibe su salario y recoge el fruto para vida eterna. Ahora tanto el sembrador como el segador se alegran juntos. 
37 Porque como dice el refrán: Üno es el que siembra y otro el que cosecha.” 
38 Yo los he enviado a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo. Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de ese trabajo.

Muchos samaritanos creen en Jesús

39 Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer: «Me dijo todo lo que he hecho.» 
40 Así que cuando los samaritanos fueron a su encuentro le insistieron en que se quedara con ellos. Jesús permaneció allí dos días, 
41 y muchos más llegaron a creer por lo que él mismo decía. 
42 —Ya no creemos sólo por lo que tú dijiste —le decían a la mujer—; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo.

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