Empresas multinacionales implantan chips en empleados
Patrick McMullan es el presidente de Three Square Market, una compañía de tecnología que ofrece quioscos autoservicio para hospitales, hoteles y salas de descanso de empresas. En agosto del año pasado, se convirtió en uno de los aproximadamente 50 empleados de su sede en River Falls, Wisconsin (EE. UU.), que se ofreció como voluntario para inyectar un chip en su mano.
La idea surgió a principios de 2017, comenta, cuando estaba en un viaje de negocios en Suecia, donde algunas personas llevan microchips subcutáneos para, por ejemplo, entrar en algunos edificios o reservar billetes de tren. Es uno de los pocos lugares donde han despegado de alguna manera los implantes de chips, aunque llevan existiendo desde hace bastante tiempo.
El chip que él y sus empleados se implantaron es del tamaño de un grano de arroz. Su objetivo es facilitar un poco las cosas, como por ejemplo entrar en la oficina, iniciar sesión en los ordenadores y comprar alimentos y bebidas en la cafetería de la empresa. Al igual que muchos chips RFID, son pasivos: no tienen baterías, y obtienen su energía de un lector de RFID cuando solicita datos del chip (el de McMullan incluye información de identificación para otorgarle acceso al edificio, así como alguna información médica básica, por ejemplo).
Un año después de su experimento, McMullan y algunos empleados dicen que todavía usan su chip regularmente en el trabajo para todas las actividades con las que comenzaron el verano pasado. Desde entonces, 30 trabajadores adicionales han obtenido su chip, lo que significa que aproximadamente 80 de los 250 de la empresa, o casi un tercio, son como un cyborg que camina y habla.
“Te acostumbras, es fácil “, dice McMullan. Por lo que él sabe, solo a dos empleados de Three Square Market les han quitado su chip, y fue cuando abandonaban la empresa.
Un ingeniero de software, Sam Bengtson, afirma que usa su chip de 10 a 15 veces al día. Deslizar su mano sobre un lector de RFID conectado a su ordenador no es distinto a escribir su contraseña en un teclado, explica.
El vicepresidente de finanzas, Steve Kassekert, está tan acostumbrado a usar su mano para pagar refrescos en el trabajo que se enfadó cuando el lector de RFID en la máquina expendedora se estropeó hace un par de meses.
“Simplemente se convirtió en una parte importante de mi rutina”, comenta.
La compañía también está explorando algunas formas de usar microchips fuera del cuerpo. McMullan cuenta que en agosto y septiembre realizan pruebas en dos hospitales, uno en Fort Wayne, Indiana, y otro en Hudson, Wisconsin (ambos en EE. UU.) que verificarán cuándo los médicos y las enfermeras se lavan las manos. (Usarán brazaletes con un chip incorporado que al escanearlos en un lector de RFID se abrirá el grifo, algo que se había probado antes).
El profesor asociado de ciencias de la salud pública de la Universidad de California en Davis Nick Anderson afirma que la privacidad y la seguridad de cualquier información almacenada en un chip genera una preocupación evidente. Los datos recopilados por los lectores son capaces de ofrecer muchos detalles sobre las idas y venidas de los empleados, y alguien en teoría podría escanear un chip con un lector para averiguar lo que hay en él.
McMullan sostiene que solo parte de la información almacenada en el chip de su mano está encriptada, pero argumenta que también le podrían roban de su cartera la información personal similar.
Además, existe la posibilidad, y parece que sucederá con certeza en algún momento, de que la tecnología que se encuentra dentro de los cuerpos de los empleados quede obsoleta. A Bengtson sí le preocupa esto: “Se necesitaría un programa de actualización, o algo parecido”, asegura.
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